Norte America / USA / Nueva York
Louie Ramírez.
La música requiere, con frecuencia, de personajes que siempre estén detrás de bambalinas y apoyen con su talento el trabajo de los cantantes e intérpretes, quienes finalmente son los que «ponen la cara» y asumen la popularidad. A veces, sin embargo, estos personajes anónimos saltan a la fama a fin de poder interpretar su propia obra y llegan, incluso, a ser más populares que cualquier cantante de moda.
En el caso del Pop, este personaje se llama Quincy Jones, de quien sólo basta decir que ha sido arreglista de Frank Sinatra y productor de Michael Jackson. Un «don nadie». En el caso de la Salsa, esos personajes han sido simbolizados por el émulo de Jones, un tipo llamado Louie Ramírez que ha hecho de todo con todos.
Una tarde de 1994, Ramírez conducía su auto por la autopista que lo llevaría a los Estudios Variety en New York. Iba a ser una sesión rápida ya que sólo le faltaba un tema para completar su disco número 20 como director de orquesta. Tal vez por ello estaba nervioso y eso lo llenó de ansiedad. Minutos después no resistió la sensación y tuvo que orillar el automovil. No había acabado de hacerlo cuando un paro cardíaco acabó con su vida.
Louie Ramírez era un genio. El clásico hombre a quien todos acuden para pedir consejos y soluciones a sus problemas. No importaba que fueran músicos jovenes o viejos. El hecho era que Louie tenía la respuesta y visitarlo era como frotar la lámpara de Aladino. Esa fue una característica que lo acompañó siempre, desde aquella primera grabación «Conozca a Louie Ramírez» en 1963.
Tenía 20 años entonces y ya se había destacado por componer algunas pachangas y hacer arreglos para las orquestas de Pete y Tito Rodríguez. El comentarista Dick Sugar lo presentó entonces así: Ramírez rompe la imágen del director de un grupo que utiliza el talento de otros compositores y se convierte en seguidor de un rítmo. No, Louie Ramírez es un creador en su género.
Ese talento no pasó inadvertido para el nuevo Zar de la música latina en Nueva York, Jerry Masucci, quien lo contrató como estrella de Fania Records y al mismo tiempo, como arreglista de las orquestas y conjuntos que pertenecían a la compañía discográfica. Ramírez pronto se vio envuelto en trabajo y sólo pudo grabar dos discos durante los sesentas, «Good news» y «Alí Babá».
En ese último disco apareció el hit que le permitió ser un artista famoso, El Títere, un verdadero clásico de la Salsa. El tema lo cantó Rudy Calzado, el tercero de los soneros que Louie había utilizado sin encontrar el ideal. Ese fue un lastre que lo acompaño como director durante los setentas, cuando recurrió cantantes de la talla de Pete Bonet, Tito Allen, Jimmy Sabater, «Azuquita» Rodríguez, Adalberto Santiago, e incluso Rubén Blades.
Fue con Blades, precisamente, que hizo un disco antológico, «Louie Ramírez y sus amigos», en el cual se incluía el tema Paula C, con un arreglo de esos que ameritan -quitarse el sombrero-. Ya para entonces, Ramírez era considerado en New York como el arreglista más progresivo que tenía la Salsa, gracias a los brillantes trabajos hechos para la Fania All Stars. Un trabajo excelente había sido el arreglo instrumental de Juan Pachanga, para ser cantado por Blades, de Canta Canta para una interpretación de Cheo Feliciano, y de todo el disco «Algo nuevo» que cantó Tito Rodríguez con la orquesta de Louie.
Pero el momento cumbre de la carrera de Ramírez llegó en 1980 cuando Joni Figueras, representante del sello K-Tel International, lo contrató para hacer los arreglos de las baladas Todo se derrumbó y Estar enamorado de Manuel Alejandro. El disco, que incluía estos y otros temas, se publicó dos años más tarde con el título de «Noche caliente» y fue grabado por la propia orquesta de Louie.
Así nació la Salsa-balada o Salsa-romántica en un trabajo que Ramírez prolongó hasta su muerte, haciendo de vez en cuando intentonas en el Latin Jazz, cosa que le encantaba. Por eso grabó un disco en homenaje a Cal Tjader, donde Louie fue director, productor, compositor y arreglista, además de interpretar los timbales y su instrumento predilecto: el vibráfono.
Louie Ramírez fue un genio de los arreglos, en una carrera donde se destacan los de Guantanamera e Isadora para Celia Cruz, El Guiro de Macorina para Johnny Pacheco y El Caminante para Roberto Torres. Aparte de ello están sus trabajos para la Alegre y la Cesta All Stars. Respecto a ese perfil de Ramírez, el crítico Eleazar López lo definió muy bien:
No es facil arreglar para una orquesta de baile, sobre todo cuando se trata de una agrupación que cultiva el género tropical caliente. Muchos músicos se sienten influenciados por el Jazz y el resultado de sus orquestaciones deja un vacío en el bailador. Otros arreglan sencillo, pero tan sencillo que se repiten y se copian a sí mismos, y el resultado es una música cansona, sin ningún grado de creatividad: una música que no dice nada, que no deja nada. Louie Ramírez ha encontrado el balance perfecto… por eso siempre se mantiene vigente.
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